Somos un grupo de alumnos del I.E.S Alba Plata de Fuente de Cantos (Badajoz), atraidos por la literatura universal. Durante este curso queremos compartir nuestras lecturas y experiencias con todos vosotros mediante un intercambio de ideas que podéis aportarnos.
jueves, 2 de diciembre de 2010
Breve Historia de la leyenda de Excalibur
Excalibur es la espada mítica del Rey Arthur. En la leyenda artúrica galesa, llamaron Caledfwlch a la espada. En los relatos sobrevividos de Arthur, dos leyendas diferentes sobre el origen de sus espadas han sido retenidas. La primera, "THE SWORD IN THE STONE" basada en el MERLIN de Robert de Boron. La segunda versión extraída de POST-VULGATE SUITE DU MERLIN, de Sir Thomas Malory. Aquí, Arthur recibe la espada de la Señora del Lago después de la rotura de su primera espada. A su muerte, él expresa a un Sir Bedivere poco dispuesto (Sir Griflet en la Suite) a devolver Excalibur al Lago.
"Llamaron a la espada "Excalibur", que significa "cortar el acero". Una antigua tradición (por Geoffrey de Monmouth, Wace y Layamon), llamando a la espada 'Caliburn', una espada mágica de Avalon. El cuento en el que Arthur saca la espada de la roca, aparece primeramente en una versión francesa de Robert de Moron, llamada Merlin. Pero el autor inglés Sir Thomas Malory, escribió en su Suite du Merlin, que la espada que Arthur sacó de la roca no era Excalibur; de hecho, Arthur rompió su primera espada en la lucha contra el rey Pellinore. Un poco después, Arthur recibió una nueva espada de la Señora del Lago que, explícitamente, llamaron Excalibur. Malory distinguió que la espada que Arthur sacó de la roca y que él recibió de la Señora del Lago, era la segunda espada Excalibur verdadera. "
En la leyenda galesa, la espada de Arthur es conocida como Caledfwlch. En Cuhlwch y Owen, una de las más valiosas posesiones de Arthur. Todo ésto figura en el romance del guerrero de Arthur, Llenlleawg, un caballero irlandés que mató al rey Diwnarch mientras robasa su caldero mágico. Caledfwlch proviene del arma legendaria irlandesa Caladbolg, la brillante espada de Fergus McRoich. Calaboldg también fue conocida por su incríble poder y fue llevada por algunos de los mayores héroes irlandeses.
La History of the Kings of Britain, de Geoffrey of Monmouth, fue la primera fuente no galesa en hablar de la espada. Geoffrey dice que la espada fue forjada en Avalon y latiniza el nombre "Caledfwlch" por Caliburn o Caliburnus. Escritores continentales cambiaron el nombre con relación a Excalibur cuando su pseudohistoria influyó en la Europa continental. La leyenda se amplió en el Vulgate Cycle (1230-1250), también conocido como Lancelot-Grail Cycle y en el Post-Vulgate Cycle que surgió a su estela. Ambos incluyen el trabajo conocido como Prose Merlin, pero los autores de Post-Vulgate excluyeron el Merlin Continuation en su versión más reciente, excogiendo para añadir, unos relatos antiguos sobre los primeros días de Arthur, incluyendo un nuevo origen para Excalibur.
También se dijo que la vaina de Excalibur tenía poderes propios. Protegía a su portador del daño o las heridas sufridas. Fue robada por Morgan le Fay, arrojada al Lago y nunca encontrada.
La Divina Comedia: El Infierno: Canto III
«Por mi se va a la ciudad doliente,
por mi se ingresa en el dolor eterno,
por mi se va con la perdida gente.
La justicia movió a mi alto hacedor:
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.
Antes de mí ninguna cosa fue creada
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!»
Estas palabras de oscuro tono
vi escritas en el dintel de una puerta:
Y dije: Maestro, me es duro el sentido.
Y él a mí, como persona atenta:
Es necesario aquí dejar todo recelo;
toda cobardía es necesario que aquí muera.
Hemos venido al lugar donde te dije
habías de ver la gente adolorida,
las que han perdido el bien del intelecto.
Después su mano en la mía puso
con rostro sonriente me reanimó,
y me introdujo adentro a las secretas cosas.
Allí suspiros, llantos y grandes males
resonaban en el aire sin estrellas,
que me hicieron llorar no bien entré.
Lenguas diversas, horribles lenguarajos,
palabras de dolor, acentos de ira,
altivas y roncas voces, con puñadas,
tumultuaban todas rondando
siempre en aquel astuto aire sin tiempo,
como la arena que el torbellino aspira.
Y yo con el horror ciñéndome la frente
dije: Maestro, ¿Qué es lo que oigo?
¿Y cuál es esta gente tan por el dolor vencida?
Y él a mí: Esta suerte miserable
es de las tristes almas de aquellos
que vivieron sin infamia y sin honor.
Mezcladas están con aquel malvado coro
de los Angeles que ni rebeldes fueron
a Dios, ni fieles, sino sólo para sí fueron.
Los echa el Cielo por no ser menos hermoso:
y el profundo infierno no los recibe
porque sus reos alguna gloria lograrían de ellos.
Y yo: Maestro, ¿Qué les es tan pesado
qué los hace lamentar tan fuertemente?
Repuso: Te lo diré brevemente:
Estos no esperan morir,
y es tan villana su ciega vida
que envidiosos están de cualquier otra suerte.
De ellos no queda fama en el mundo,
misericordia y justicia los desdeñan:
no tratemos ya de ellos, mas mira y pasa.
Y observando vi una insignia
que sin descanso rondaba velozmente
incapaz al parecer de detenerse:
y detrás la seguía una multitud
de gentes de la que nunca yo creyera
que tantas hubiera deshecho la muerte.
Después de haber reconocido a algunos
me fijé más y conocí la sombra de aquel
que miserable hizo la gran renuncia.
De pronto comprendí y certeza tuve
de que esta era la turba de los cautivos
que desagradan a Dios y a sus enemigos.
Los desgraciados, que nunca fueron vivos,
estaban desnudos y molestados mucho
por moscones y avispas que allí había.
Sangre les regaba el rostro
matizada de lágrimas, que a sus pies
fastidiosas lombrices recogían.
Y después que me di a mirar más lejos,
vi gente en la ribera de un gran río:
Por lo que dije: Concédeme ahora, Maestro,
que sepa quienes son, y porqué ley
están forzados a transbordar tan presto,
a lo que en la turbia luz puedo ver.
Y él a mí: Las cosas te serán contadas
al detener nuestros pasos
en la triste ribera del Aqueronte.
Entonces bajé avergonzados los ojos,
temiendo a mi charla por gravosa,
y hasta llegado al río hablar no quise.
Y entonces fue cuando a nosotros vi venir
en barco un blanco viejo por antiguo pelo
gritando: ¡Ay de vosotras, almas perversas!
¡No esperéis ya más de ver el Cielo!
Aquí vengo a llevaros a la otra orilla
a las tinieblas eternas, al calor y al hielo.
Y tú que estás allí, ánima viva,
aléjate de estos que están muertos.
Mas luego que vio que yo no me partía
dijo: Por otros puertos, por otra vía
llegarás a la playa para el paso, no por aquí:
Conviene que más leve leño te lleve.
Y el Conductor a él: Carón, no te atormentes,
quiérese así allá, donde se puede todo
lo que se quiere, y no preguntes más.
Entonces las velludas mejillas se aquietaron
del barquero del lívido pantano
de circundados ojos de círculos de fuego.
Mas aquellas infelices almas desnudas
cambiaron de color y rompieron a crujir los dientes
al punto de escuchar las palabras rudas.
Blasfemaban de Dios y de sus padres,
de la humana especie, del donde y el cuando y de la semilla
de su simiente y de su nacimiento.
Después todas cuantas eran se retiraron juntas
fuertemente llorando, hacia la malvada orilla
que aguarda a todo aquel que a Dios no teme.
Carón, demonio, con ojos de ascuas
a ellos señalando a todos recoge;
asestando con el remo a quien se atarda.
Como arrastra el otoño las hojas
una tras otra, hasta que la rama
devuelve a la tierra todos sus despojos,
de igual forma el simiente malo de Adán:
arrójanse de aquel borde una por una
a la señal, como acude el pájaro al reclamo.
Aléjanse entonces por las obscuras ondas
y antes que hayan descendido allá
ya se apretujan aquí nuevas legiones.
Hijo mío, dijo el gentil Maestro,
los que mueren en la ira de Dios
de todo país todos aquí vienen.
Y ansían cruzar el río
porque tanto los acucia la justicia divina
que se les torna el temor deseo.
Por aquí no pasa nunca un alma buena;
y por eso, si de ti Carón se queja,
bien comprenderás lo que su decir quiere.
En ese entonces, el oscuro campo
tembló tan fuertemente, que del espanto
el recuerdo de sudor me baña todavía.
La tierra lacrimosa lanzó un viento
que centelló en relámpagos bermejos,
derrotando todos mis sentidos,
y caí como aquel que cae dormido.
por mi se ingresa en el dolor eterno,
por mi se va con la perdida gente.
La justicia movió a mi alto hacedor:
Hízome la divina potestad,
la suma sabiduría y el primer amor.
Antes de mí ninguna cosa fue creada
sólo las eternas, y yo eternamente duro:
¡Perded toda esperanza los que entráis!»
Estas palabras de oscuro tono
vi escritas en el dintel de una puerta:
Y dije: Maestro, me es duro el sentido.
Y él a mí, como persona atenta:
Es necesario aquí dejar todo recelo;
toda cobardía es necesario que aquí muera.
Hemos venido al lugar donde te dije
habías de ver la gente adolorida,
las que han perdido el bien del intelecto.
Después su mano en la mía puso
con rostro sonriente me reanimó,
y me introdujo adentro a las secretas cosas.
Allí suspiros, llantos y grandes males
resonaban en el aire sin estrellas,
que me hicieron llorar no bien entré.
Lenguas diversas, horribles lenguarajos,
palabras de dolor, acentos de ira,
altivas y roncas voces, con puñadas,
tumultuaban todas rondando
siempre en aquel astuto aire sin tiempo,
como la arena que el torbellino aspira.
Y yo con el horror ciñéndome la frente
dije: Maestro, ¿Qué es lo que oigo?
¿Y cuál es esta gente tan por el dolor vencida?
Y él a mí: Esta suerte miserable
es de las tristes almas de aquellos
que vivieron sin infamia y sin honor.
Mezcladas están con aquel malvado coro
de los Angeles que ni rebeldes fueron
a Dios, ni fieles, sino sólo para sí fueron.
Los echa el Cielo por no ser menos hermoso:
y el profundo infierno no los recibe
porque sus reos alguna gloria lograrían de ellos.
Y yo: Maestro, ¿Qué les es tan pesado
qué los hace lamentar tan fuertemente?
Repuso: Te lo diré brevemente:
Estos no esperan morir,
y es tan villana su ciega vida
que envidiosos están de cualquier otra suerte.
De ellos no queda fama en el mundo,
misericordia y justicia los desdeñan:
no tratemos ya de ellos, mas mira y pasa.
Y observando vi una insignia
que sin descanso rondaba velozmente
incapaz al parecer de detenerse:
y detrás la seguía una multitud
de gentes de la que nunca yo creyera
que tantas hubiera deshecho la muerte.
Después de haber reconocido a algunos
me fijé más y conocí la sombra de aquel
que miserable hizo la gran renuncia.
De pronto comprendí y certeza tuve
de que esta era la turba de los cautivos
que desagradan a Dios y a sus enemigos.
Los desgraciados, que nunca fueron vivos,
estaban desnudos y molestados mucho
por moscones y avispas que allí había.
Sangre les regaba el rostro
matizada de lágrimas, que a sus pies
fastidiosas lombrices recogían.
Y después que me di a mirar más lejos,
vi gente en la ribera de un gran río:
Por lo que dije: Concédeme ahora, Maestro,
que sepa quienes son, y porqué ley
están forzados a transbordar tan presto,
a lo que en la turbia luz puedo ver.
Y él a mí: Las cosas te serán contadas
al detener nuestros pasos
en la triste ribera del Aqueronte.
Entonces bajé avergonzados los ojos,
temiendo a mi charla por gravosa,
y hasta llegado al río hablar no quise.
Y entonces fue cuando a nosotros vi venir
en barco un blanco viejo por antiguo pelo
gritando: ¡Ay de vosotras, almas perversas!
¡No esperéis ya más de ver el Cielo!
Aquí vengo a llevaros a la otra orilla
a las tinieblas eternas, al calor y al hielo.
Y tú que estás allí, ánima viva,
aléjate de estos que están muertos.
Mas luego que vio que yo no me partía
dijo: Por otros puertos, por otra vía
llegarás a la playa para el paso, no por aquí:
Conviene que más leve leño te lleve.
Y el Conductor a él: Carón, no te atormentes,
quiérese así allá, donde se puede todo
lo que se quiere, y no preguntes más.
Entonces las velludas mejillas se aquietaron
del barquero del lívido pantano
de circundados ojos de círculos de fuego.
Mas aquellas infelices almas desnudas
cambiaron de color y rompieron a crujir los dientes
al punto de escuchar las palabras rudas.
Blasfemaban de Dios y de sus padres,
de la humana especie, del donde y el cuando y de la semilla
de su simiente y de su nacimiento.
Después todas cuantas eran se retiraron juntas
fuertemente llorando, hacia la malvada orilla
que aguarda a todo aquel que a Dios no teme.
Carón, demonio, con ojos de ascuas
a ellos señalando a todos recoge;
asestando con el remo a quien se atarda.
Como arrastra el otoño las hojas
una tras otra, hasta que la rama
devuelve a la tierra todos sus despojos,
de igual forma el simiente malo de Adán:
arrójanse de aquel borde una por una
a la señal, como acude el pájaro al reclamo.
Aléjanse entonces por las obscuras ondas
y antes que hayan descendido allá
ya se apretujan aquí nuevas legiones.
Hijo mío, dijo el gentil Maestro,
los que mueren en la ira de Dios
de todo país todos aquí vienen.
Y ansían cruzar el río
porque tanto los acucia la justicia divina
que se les torna el temor deseo.
Por aquí no pasa nunca un alma buena;
y por eso, si de ti Carón se queja,
bien comprenderás lo que su decir quiere.
En ese entonces, el oscuro campo
tembló tan fuertemente, que del espanto
el recuerdo de sudor me baña todavía.
La tierra lacrimosa lanzó un viento
que centelló en relámpagos bermejos,
derrotando todos mis sentidos,
y caí como aquel que cae dormido.
Dante: "La Divina Comedia"
La Divina Comedia relata el viaje de Dante por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, guiado por el poeta romano Virgilio. El poema comienza con el encuentro de Virgilio con Dante, que se ha perdido en una selva y tropieza con bestias salvajes. Virgilio le confiesa al poeta que ha venido en nombre de Beatriz, una dama virtuosa, y lo conduce por un largo viaje de redención que comienza en el Averno: aquí, van pasando por círculos infernales; en el primero, están "los infelices que nunca estuvieron vivos", los niños que no pudieron recibir el bautismo antes de morir y personas de grandeza espiritual como Virgilio, que intuyeron la revelación cristiana. En el segundo círculo ya el Infierno se muestra con toda propiedad: a la entrada de un pozo se halla Minos, una especie de juez. En los círculos superiores moran los que se dejaron guiar por la incontinencia; en los inferiores, los que respondieron a sus más bajos instintos. Luego se describen los perversos, que al final de sus vidas quedaron solos; los lujuriosos, vencidos por el puro placer sexual; los avaros; los enfermos de ira, condenados a golpearse eternamente hundidos en el fango...
La sección del Infierno es la más conocida de todas precisamente por la altura que cobran sus escenas monstruosas, como si asistiéramos al mal de una manera directamente visual: por ejemplo, los estafadores nadan en una masa hirviente de pez. El Purgatorio radica en una montaña rodeada de precipicios, y allí las almas deben consagrarse al Bien para expiar sus culpas y ser finalmente salvadas por Dios. Dante tiene oportunidad de ver el ascenso del alma del poeta Estacio hacia el cielo después de haber sido purificado. En la sección del Paraíso Dante logra la máxima perfección espiritual: ve las procesiones simbólicas, los misterios de la fe como la Encarnación Divina, y en una nube de flores dispuesta por los ángeles logra ver a Beatriz (su redentora), que sube al carro de la Iglesia.
La sección del Infierno es la más conocida de todas precisamente por la altura que cobran sus escenas monstruosas, como si asistiéramos al mal de una manera directamente visual: por ejemplo, los estafadores nadan en una masa hirviente de pez. El Purgatorio radica en una montaña rodeada de precipicios, y allí las almas deben consagrarse al Bien para expiar sus culpas y ser finalmente salvadas por Dios. Dante tiene oportunidad de ver el ascenso del alma del poeta Estacio hacia el cielo después de haber sido purificado. En la sección del Paraíso Dante logra la máxima perfección espiritual: ve las procesiones simbólicas, los misterios de la fe como la Encarnación Divina, y en una nube de flores dispuesta por los ángeles logra ver a Beatriz (su redentora), que sube al carro de la Iglesia.
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